Cuando tú no me conocías
las uvas colgaban del invierno,
o de mi otoño de calles vacías.
O de la Luna blanca
con su doble brillo.
Yo tenía voz de poema,
un lápiz y un cuaderno...
y un gorrión en la mano
que me ayudaba a escribir versos.
Pero a ti...
aún no te conocía.
Y cuando entraste en mi vida
el barrio gris se tornó viña.
Crecías de mis sienes
como girasoles prematuros
al borde de terraplenes.
En el amizcle del aire
dos muros enormes se interponían.
Tierra cortada por labios maduros.
Y una noche azul te presentí;
Salías de mis venas...
hilo a hilo las transitabas
tejiendo en mi sangre
una ciudad de vidrios
y creciente,
insalubre enjambre.
Entonces quedé
con mis dudas y mis yerros
hasta que la noche de nuevo,
frente a las luces del alba,
se desperezó de su sueño.
Y la niebla goteó el destino
alborotando mis pájaros
hasta entonces sin trinos.
Clavándolos en vuelos vespertinos.
Partieron los últimos latidos
cual temblorosas golondrinas
hacia tierras más cálidas
nunca antes por mí exploradas.
La torcaz dejó entonces las arboledas.
Vibró una cuerda floja de guitarra...
Y bebí
de tus palabras en el viento.
Me quedé
con la miel ¿irreal? de tu mirada.
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